Bienaventurados
los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa
o piadosa, es obra del azar, que es
inescrutable.
Bienaventurados
los limpios de corazón porque ven a Dios.
Felices los
que perdonan a los otros y se perdonan a sí mismos.
No acumules
oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y este, de la tristeza y el
tedio.
Resiste el
mal, pero sin asombro y sin ira, A quien te hiriere en la mejilla derecha,
puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.
Jorge Luis Borges.
Fragmento de
sus Evangelios apócrifos.